Hoy empezó el colegio
para el pequeño de mis hijos. Tiene 7 años y comienza 2º de primaria. Su hermana
mayor tiene 20 años y ya está en 3º de su carrera universitaria. Entre el
pequeño y la mayor de nuestros hijos, además de una diferencia de 13 años hay;
otro universitario, un 2º de BAC, y un 3º de ESO. Y podemos añadir que estamos
metidos de lleno en la universidad privada, la universidad púbica, el colegio
privado, el colegio concertado y el colegio público.
Sus padres, mi marido
y yo, llevamos 18 años asistiendo a esta cita con el inicio del curso. Y parece
que aún nos queda.
Asistimos a esta cita con el agradecimiento de
vivir en un país en el que la escolarización se ha generalizado de tal manera
que es impensable no asociar septiembre a otra cosa que no sea el inicio del
curso (y eso me hace recordar una de mis lecturas de verano “yo soy Malala, esta es mi historia”. Os
la recomiendo).
También con el agradecimiento
de que, en un mundo plural, la elección entre múltiples opciones educativas es
posible (y ojalá hubiera muchas más aún. Qué riqueza de aprendizaje para todos!).
Porque cada hijo, es un único hijo, con su cerebro, con su corazón, con sus
capacidades por desarrollar, con sus destrezas por afianzar, para descubrir un
mundo maravilloso al que no todos llegamos por el mismo camino ni de la misma
manera. Y porque ser padre y ser madre es una elección y una decisión
responsable para con tus hijos.
Pero sobre todo, con
el agradecimiento a nuestras maestras, y algún maestro (¿por qué hay tan poco
maestro en educación infantil y primaria?) que hicieron de nuestros días en el
aula días de maravilloso aprendizaje. Que supieron estar a la altura en los
numerosos y embrollosos cambios legislativos en educación ( Rafael Rodríguez –
profesor y director del CEIP Celso Emilio Ferreiro de Cerceda - hacía referencia a esto en una reciente entrevista
periodística), y supieron seguir siendo maestras, maestros; ver que su alumna,
su alumno, son las armas más poderosas del cambio de uno mismo, del cambio del
mundo hacia un mundo mejor y ellos estaban allí ayudándoles a hacerlo posible.
Felicitando cuando las cosas iban bien, animando, aconsejando, acompañando,
asesorando cuando no iban tan bien.
Gracias, maestras y
maestros de mis hijas e hijos. Vosotros habéis contribuido en una parte
importantísima a la felicidad de nuestros hijos e hijas, a la felicidad de una
familia. No os canséis de seguir siendo maestras y maestros.